A veces nos tenemos que tragar marrones e incluir en la programación a
artistas, autores, escritores por razones, digamos, sociales. Para confeccionar
nuestra programación nos basamos en el olfato de nuestros técnicos, en las
propuestas que recibimos, y en nuestra propia experiencia: es decir en factores
profesionales. Aun así, vengo años queriendo reducir al mínimo los criterios
subjetivos, teniendo en cuenta que somos una institución pública que gestiona
fondos públicos, y para las actividades de mayor presupuesto al menos, como los
conciertos, veía oportuno hacer convocatorias públicas. Sin embargo, hicimos una
primera el año pasado, y no funcionó como hubiera querido: pocas propuestas y
de calidad un tanto relativa; es una fórmula bastante novedosa y tal vez si
insistimos, hacemos hincapié en la difusión, pueda funcionar; pero por ahora hemos
vuelto a la forma habitual.
En aras de la sinceridad, cuando nos llega alguna recomendación de
amigo o persona notable para invitar a tal o cual conferenciante, artista,
escritor, la recibimos en general con más cautela que entusiasmo. Digo todo
esto, a cuenta de la escritora casi novel, Marta Galatas a la que pensé me
vería obligado a presentar alguna de sus novelas –dos publicadas hasta la
fecha- hasta que leí sólo unas líneas de su primera, y comprobé que no se
trataba ni mucho menos de una escritora accidental o amateur. Y ahora, tras
leerla completa con avidez, soy yo el que recomiendo a mis compañeros -aquellos
que dirigen centros en cuyas ciudades transcurren sus novelas- que inviten a
Marta a presentar su obra.
La primera novela de Marta no ha alcanzado la notoriedad de la
segunda: “Dejé mi corazón en Manila”. Y ello, creo que se debe a la editorial,
que no ha cuidado la edición ni la difusión cómo sí ha hecho la editorial de la
segunda. Tras el éxito de ésta, bien valdría intentar una re-edición de “La princesa
que cambió el mundo”, ópera prima, en la que la autora capitaliza con mucha
eficacia sus conocimientos –y seguro que experiencias- de vidas anteriores; no
en vano es licenciada en Historia del Arte, y su actividad profesional ha
estado inmersa en el mundo de los anticuarios, y en el del diseño de muebles.
Más que irse reciclando en distintas actividades Marta ha ido acumulando
saberes y experiencias que ahora nutren y permiten materializar la que sospecho
es su verdadera, o al menos más fuerte, vocación: la de contar historias,
indagando en el misterio poliédrico del alma humana: o sea la Literatura.
Como buena historiadora, la autora se documenta pormenorizadamente
sobre los hechos históricos y los lugares que definen los escenarios de su
novela; y construye una estructura sólida que le permite controlar a sus
personajes, sus relaciones, sus recorridos, creando tramas espacio-temporales
de una cierta complejidad, con las que está tejida la novela. Y lo hace con la
seguridad de un buen director de orquesta o de un arquitecto experimentado, sin
permitir que un motivo especialmente armonioso o un hallazgo afortunado alteren
el avance equilibrado de la composición.
Otros dos títulos, de autores más que consagrados, me han venido a la
cabeza al ir leyendo “La princesa …”: La
tabla de Flandes de Pérez Reverte, y Real
Sitio de José Luis Sampedro. Como en estas, el relato se desarrolla en dos
momentos diferentes: el contemporáneo y el de una determinada época histórica,
en concreto en la del Cinquecento florentino. He de confesar que tras La sonrisa etrusca, maravillosa creación
del gran economista, me decepcionó el desenlace de Real Sitio, tras un comienzo y planteamiento magistrales. De La Tabla, qué decir: fue esencial para
la eclosión finisecular del reportero Reverte en el panorama literario
europeo.
Aunque es ópera prima, La Princesa
es una novela escrita desde la experiencia; por lo que sin perder la frescura
de la obra de autor novel no cae en el frecuente error de los noveles de querer
agotar todos los registros en su primera obra. Seguramente hay mucho de
autobiográfico; resulta bastante evidente al leer el perfil de la autora, aunque
¿qué novela en mayor o menor medida no
lo es?
En esencia la novela narra la búsqueda que la protagonista emprende de
su propia identidad; es por ello una novela clásica, que se adentra en el
análisis de los aspectos más íntimos de la personalidad; al mismo tiempo
moderna, por su profundidad sicoanalítica, y también posmoderna, por la forma
relativa y contradictoria (tan contemporánea) en la que la protagonista vive
las relaciones humanas.
Resulta interesante la forma tan natural en la que se presentan las
escenas de sexo, y sobre todo cómo ayudan a dibujar el perfil de los personajes
que las viven, y a poner de relieve las contradicciones que les atormentan. La
sexualidad entendida como una manera de encontrarse a sí mismo (a sí misma en
este caso) a través de los otros. ¡Puro Freud!
Mérito extraordinario el de Marta Galatas, y extraordinaria su
determinación: hace unos pocos años se inscribía en un taller de escritura
narrativa, y –alumna aventajada- ha entrado ya en el dificilísimo mercado
editorial. Confiemos en que La princesa
se reedite, y en que pronto podamos leer nuevos títulos de esta autora.
La novela que comentamos se circunscribe a una capa social
determinada, la alta burguesía, sin concesiones a la aparición de personajes
(salvo algún sirviente, y tal vez el socio anticuario) de clases menos
acomodadas. Tiene todos los ingredientes propios: lujo, glamour, sensualidad,
para convertirse en un best-seller,
llevarse al cine, etc. Y eso estaría muy bien –¡cuántos lo sueñan!- siempre que
no supusiera un riesgo para la autora de quedarse en ese ámbito, ya que tiene
talento, oficio, y recursos como para ser mucho más que una escritora de best-sellers.