lunes, 10 de junio de 2019

Al hilo de "Cuando la vida cabía en una medina" de Antonio Navarro


           
     Antonio Navarro Amuedo pertenece ya a esa categoría de escritores españoles que escriben sobre sus experiencias en Marruecos. Sus escritos son fruto de una visión autorizada de la realidad de este país: la autoridad les viene de su conocimiento directo de esa realidad, al haber vivido en el país magrebí durante algunos años.                                                                     
            No es el lugar ni el momento de revisar la nómina de españoles que han escrito crónicas, ensayos o libros de viaje sobre Marruecos, aunque sea inevitable que vengan a la memoria nombres como el de León el Africano, Pedro Badía (Alí Bey), Jorge Juan, o incluso Cadalso, éste en sentido inverso. Pero sí es ésta una ocasión, para fijarnos en personas que han vivido una etapa de su vida en Marruecos, a donde llegaron para ocupar un puesto -o disfrutar de una beca, como es éste el caso- de la Administración española, y que nos han dejado testimonio escrito de sus vivencias. Y en la primera en la que pienso es en el embajador Alfonso de la Serna, autor del ya clásico Al sur de Tarifa. Marruecos y España: un malentendido histórico, referencia imprescindible para todo aquel que comience una etapa de su vida en Marruecos y se interese por la historia de este país y por su relación histórica con España.                      

            En Navarro, como en De la Serna, uno palpa desde el primer momento un amor innato por Marruecos, fruto no sólo de iniciales impresiones exóticas, como le ocurre a muchos fascinados viajeros primerizos, sino de un conocimiento profundo de su compleja realidad. La manera de acercarse a determinados temas es en ambos muy diferente al del español que escribe desde el otro lado del Estrecho con un conocimiento superficial de la realidad marroquí, al no haber tenido una experiencia vital, inmerso en ella, lo suficientemente larga o intensa como para comprenderla.

            Tanto Navarro como De la Serna se aproximan al objeto de su obra con la necesaria humildad, exenta de cualquier atisbo de eurocentrismo, para comprender primero y describir después esa realidad. No hay nada peor para acometer cualquier acción en el ámbito que sea en países como Marruecos que la arrogancia, que suele ser consecuencia del desconocimiento y de los prejuicios. Los dos autores dejan bien claro desde el principio que no son especialistas en ninguna de las ciencias sociales en que se podría enmarcar un estudio sobre Marruecos, y que sus escritos no tienen pretensiones academicistas. El lector agradece siempre esa humildad, que le predispone a simpatizar con el autor.                                       
            En esta misma línea, tanto por su actitud como por su planteamiento, se encuentra el libro, Un año en Marruecos de Pere Navarro Olivella, quien fuera consejero de Trabajo en la Embajada de España en el periodo 2012-2017, a donde llegó -y a donde ha ido- desde la Dirección general de Tráfico. A él hay que acreditar la puesta en marcha del carné por puntos, medida junto a otras que redujo de manera espectacular la lacra de accidentes de tráfico mortales en España. Creo que nuestro querido y admirado Pere, con quien tuve el honor de compartir muchas reuniones de coordinación en la Embajada, es una de las personas que más ha influido para salvar vidas en España en la última década.

            El trabajo de este otro Navarro, Pere, es más bien una guía práctica sobre aspectos cotidianos de la vida en Marruecos, que será muy útil para todo aquel que se dispone a vivir allí una temporada. Pero como Pere es un gran analista y un filósofo, esa guía escrita sin pretensiones, permite al lector adentrarse en aspectos más profundos, y comenzar a comprender muchas cosas de la particular idiosincrasia marroquí, y de su identidad.  
                              
         Aunque todavía no ha visto la luz -es inevitable que lo haga, y espero que sea pronto- quiero citar aquí a un nasciturus: el recopilatorio de los jugosos, amenos y didácticos comentarios que Alberto Gómez Font -prologuista, por cierto del libro aquí glosado- envía puntual cada domingo a los amigos de su lista de correo, sobre las imágenes que aparecen en las postales de Rabat, que viene coleccionando en estos últimos años, en los que ha mantenido y sigue manteniendo su particular idilio con la capital marroquí.                                                                 
           
            En realidad, Cuando la vida cabía en una medina es eso, una colección de postales, o de estampas de Marruecos, sesenta concretamente, en las que el autor hace gala de una gran agudeza como observador y como analista, no exenta de fino humor y de carga poética. En esas estampas, breves capítulos de dos, tres o cuatro páginas, de muy amena lectura, nos reconocemos, en mil y un detalles, los que hemos vivido en Rabat, en particular, y en Marruecos en general.

            De esas estampas, podría destacar muchas de ellas, pero me ha parecido especialmente lúcida la que trata sobre Tánger; y me parece muy lúcida porque analiza la realidad actual de Tánger desde dentro, como lo podría hacer un marroquí, en un momento en el que prolifera la mitificación de esa ciudad -numerosas las novelas que aparecen estos años cuya trama se desarrolla en esa ciudad- por extranjeros que la visitan y la disfrutan, más como lúdicos turistas curiosos que cómo moradores. Y la percepción desde luego es bien distinta.

            Les ocurre mucho a los españoles, que con relación a su percepción de Marruecos se dividen en dos categorías -quizás tres- totalmente antagónicas. Están aquellos a los que les fascina Marruecos, a los que podríamos llamar los “goytisolos”. Su pasión por Marruecos les hace ser extremadamente subjetivos: ello los puede llevar a criticar con saña cualquier valor o aspecto de la vida social o política española, y sin embargo pasar por alto ese mismo valor o aspecto de la vida social o política marroquí. Para un “goytisolo”, el orden y limpieza de una ciudad europea, por ejemplo es un defecto, y la "anarquía" de una medina marroquí una virtud.

            En el otro polo se encuentran aquellos que -reconozcámoslo- tienen una imagen muy negativa de la realidad marroquí -en la mayoría de casos, sin conocerla previamente. Más como un subgrupo de estos últimos, que, como un nuevo grupo, encontramos a aquellos que ignoran por completo la realidad marroquí, y no tienen ningún interés en descubrirla: les despierta más curiosidad visitar las antípodas que cruzar el Estrecho. En general, cuando por alguna razón visitan Marruecos, y en particular Rabat, por ejemplo, para ir a visitar a un amigo allí residente -como ha sido mi caso- se sorprenden muy gratamente, al encontrar una realidad mucho mejor de la que podían haber imaginado previamente.

            Y es que la imagen que en España se tiene de Marruecos, aparte de prejuicios históricos, es la que proporcionan los medios de comunicación, y el millón de marroquíes que viven en España, en origen emigrantes en su mayoría, pertenecientes a unas determinadas capas de la sociedad marroquí. Es una imagen muy parcial, que no da idea del conjunto. Mutatis mutandi el caso es paralelo al de la imagen que tenían en Europa de España en los años cincuenta, sesenta y hasta setenta del siglo pasado. Y aquí son las autoridades marroquíes las que tienen una mayor responsabilidad en mejorar la imagen de su país en el Exterior, en España en nuestro caso, mostrando aspectos de la rica y compleja realidad marroquí desconocidos para el europeo medio.                                                        
         Me da mucha envidia, envidia sana, de Antonio Navarro, que ha sido lo suficientemente disciplinado como para ir escribiendo periódicamente estas postales, y haber sido capaz también de encontrar el tiempo para editarlas y darles forma de libro. Seguro que aparecerán nuevas publicaciones de este autor, quizás de los países a los que su carrera profesional le va llevando, quizás, ¿por qué no?, otras relacionadas con Marruecos, país al que vuelve continuamente, y al que seguirá volviendo. Estaremos atentos.
            Antonio Navarro es un magnífico exponente, diría más, una encarnación de esa amistad hispano-marroquí que ya fuera invocada por Sidi Mohammed ben Abdallah, y por Carlos III, cuando hace ya más de un cuarto de milenio firmaron el primer tratado entre los dos reinos, así llamado "De Amistad y Comercio". Y es por ello que el Instituto Cervantes de Rabat presenta en su sede Cuando la vida cabía en una medina como actividad destacada dentro de su programación dedicada a la Amistad hispano-marroquí.