Antonio Navarro Amuedo pertenece ya a esa categoría de escritores españoles que escriben sobre sus experiencias en Marruecos. Sus escritos son fruto de una visión autorizada de la realidad de este país: la autoridad les viene de su conocimiento directo de esa realidad, al haber vivido en el país magrebí durante algunos años.
No es el lugar ni el
momento de revisar la nómina de españoles que han escrito crónicas, ensayos o
libros de viaje sobre Marruecos, aunque sea inevitable que vengan a la
memoria nombres como el de León el Africano, Pedro Badía (Alí Bey), Jorge Juan,
o incluso Cadalso, éste en sentido inverso. Pero sí es ésta una ocasión,
para fijarnos en personas que han vivido una etapa de su vida en Marruecos, a
donde llegaron para ocupar un puesto -o disfrutar de una beca, como es éste el
caso- de la Administración española, y que nos han dejado testimonio escrito de
sus vivencias. Y en la primera en la que pienso es en el embajador Alfonso de
la Serna, autor del ya clásico Al sur de Tarifa. Marruecos y España: un
malentendido histórico, referencia imprescindible para todo aquel que
comience una etapa de su vida en Marruecos y se interese por la historia de
este país y por su relación histórica con España.
En Navarro, como en De la
Serna, uno palpa desde el primer momento un amor innato por Marruecos, fruto no
sólo de iniciales impresiones exóticas, como le ocurre a muchos fascinados
viajeros primerizos, sino de un conocimiento profundo de su compleja realidad.
La manera de acercarse a determinados temas es en ambos muy diferente al del
español que escribe desde el otro lado del Estrecho con un conocimiento
superficial de la realidad marroquí, al no haber tenido una experiencia vital,
inmerso en ella, lo suficientemente larga o intensa como para comprenderla.
Tanto Navarro como De la
Serna se aproximan al objeto de su obra con la necesaria humildad, exenta de
cualquier atisbo de eurocentrismo, para comprender primero y describir después
esa realidad. No hay nada peor para acometer cualquier acción en el ámbito que
sea en países como Marruecos que la arrogancia, que suele ser consecuencia del
desconocimiento y de los prejuicios. Los dos autores dejan bien claro
desde el principio que no son especialistas en ninguna de las ciencias sociales
en que se podría enmarcar un estudio sobre Marruecos, y que sus escritos no
tienen pretensiones academicistas. El lector agradece siempre esa humildad, que
le predispone a simpatizar con el
autor.
En esta misma línea, tanto
por su actitud como por su planteamiento, se encuentra el libro, Un año en
Marruecos de Pere Navarro Olivella, quien fuera consejero de Trabajo en la
Embajada de España en el periodo 2012-2017, a donde llegó -y a donde ha ido-
desde la Dirección general de Tráfico. A él hay que acreditar la puesta en
marcha del carné por puntos, medida junto a otras que redujo de manera
espectacular la lacra de accidentes de tráfico mortales en España. Creo que
nuestro querido y admirado Pere, con quien tuve el honor de compartir muchas
reuniones de coordinación en la Embajada, es una de las personas que más ha
influido para salvar vidas en España en la última década.
El trabajo de este otro
Navarro, Pere, es más bien una guía práctica sobre aspectos cotidianos de la
vida en Marruecos, que será muy útil para todo aquel que se dispone a vivir
allí una temporada. Pero como Pere es un gran analista y un filósofo, esa guía
escrita sin pretensiones, permite al lector adentrarse en aspectos más
profundos, y comenzar a comprender muchas cosas de la particular idiosincrasia
marroquí, y de su
identidad.
Aunque todavía no ha visto
la luz -es inevitable que lo haga, y espero que sea pronto- quiero citar aquí a
un nasciturus: el recopilatorio de los jugosos, amenos y didácticos comentarios
que Alberto Gómez Font -prologuista, por cierto del libro aquí glosado- envía
puntual cada domingo a los amigos de su lista de correo, sobre las imágenes que
aparecen en las postales de Rabat, que viene coleccionando en estos últimos
años, en los que ha mantenido y sigue manteniendo su particular idilio con la
capital
marroquí.
En realidad, Cuando la vida cabía en una medina es eso, una colección de postales, o de estampas
de Marruecos, sesenta concretamente, en las que el autor hace gala de una gran
agudeza como observador y como analista, no exenta de fino humor y de carga
poética. En esas estampas, breves capítulos de dos, tres o cuatro páginas, de
muy amena lectura, nos reconocemos, en mil y un detalles, los que hemos vivido
en Rabat, en particular, y en Marruecos en general.
De esas estampas, podría
destacar muchas de ellas, pero me ha parecido especialmente lúcida la que trata
sobre Tánger; y me parece muy lúcida porque analiza la realidad actual de
Tánger desde dentro, como lo podría hacer un marroquí, en un momento en el que
prolifera la mitificación de esa ciudad -numerosas las novelas que aparecen
estos años cuya trama se desarrolla en esa ciudad- por extranjeros que la
visitan y la disfrutan, más como lúdicos turistas curiosos que cómo moradores.
Y la percepción desde luego es bien distinta.
Les ocurre mucho a los
españoles, que con relación a su percepción de Marruecos se dividen en dos
categorías -quizás tres- totalmente antagónicas. Están aquellos a los que les
fascina Marruecos, a los que podríamos llamar los “goytisolos”. Su pasión por
Marruecos les hace ser extremadamente subjetivos: ello los puede llevar a
criticar con saña cualquier valor o aspecto de la vida social o política
española, y sin embargo pasar por alto ese mismo valor o aspecto de la vida
social o política marroquí. Para un “goytisolo”, el orden y limpieza de una
ciudad europea, por ejemplo es un defecto, y la "anarquía" de una
medina marroquí una virtud.
En el otro polo se
encuentran aquellos que -reconozcámoslo- tienen una imagen muy negativa de la
realidad marroquí -en la mayoría de casos, sin conocerla previamente. Más como
un subgrupo de estos últimos, que, como un nuevo grupo, encontramos a aquellos
que ignoran por completo la realidad marroquí, y no tienen ningún interés en
descubrirla: les despierta más curiosidad visitar las antípodas que cruzar
el Estrecho. En general, cuando por alguna razón visitan Marruecos, y en
particular Rabat, por ejemplo, para ir a visitar a un amigo allí residente
-como ha sido mi caso- se sorprenden muy gratamente, al encontrar una
realidad mucho mejor de la que podían haber imaginado previamente.
Y es que la imagen que en
España se tiene de Marruecos, aparte de prejuicios históricos, es la que
proporcionan los medios de comunicación, y el millón de marroquíes que viven en
España, en origen emigrantes en su mayoría, pertenecientes a unas determinadas
capas de la sociedad marroquí. Es una imagen muy parcial, que no da idea del
conjunto. Mutatis mutandi el caso es paralelo al de la imagen que tenían
en Europa de España en los años cincuenta, sesenta y hasta setenta del siglo
pasado. Y aquí son las autoridades marroquíes las que tienen una mayor responsabilidad
en mejorar la imagen de su país en el Exterior, en España en nuestro caso,
mostrando aspectos de la rica y compleja realidad marroquí desconocidos
para el europeo
medio.
Me da mucha envidia, envidia
sana, de Antonio Navarro, que ha sido lo suficientemente disciplinado como para
ir escribiendo periódicamente estas postales, y haber sido capaz también de
encontrar el tiempo para editarlas y darles forma de libro. Seguro que
aparecerán nuevas publicaciones de este autor, quizás de los países a los que
su carrera profesional le va llevando, quizás, ¿por qué no?, otras relacionadas
con Marruecos, país al que vuelve continuamente, y al que seguirá volviendo.
Estaremos atentos.
Antonio Navarro es un magnífico
exponente, diría más, una encarnación de esa amistad hispano-marroquí que ya
fuera invocada por Sidi Mohammed ben Abdallah, y por Carlos III, cuando hace ya
más de un cuarto de milenio firmaron el primer tratado entre los dos reinos,
así llamado "De Amistad y Comercio". Y es por ello que el Instituto
Cervantes de Rabat presenta en su sede Cuando la vida cabía en una medina
como actividad destacada dentro de su programación dedicada a la Amistad
hispano-marroquí.
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