“El fútbol es el rompeolas de las
frustraciones de las gentes de todo origen y condición”
Los primeros compases del Mundial de fútbol
están mostrando en toda su crudeza el dramatismo que encierran encuentros en
los que está en juego el prestigio no solo de los contendientes, sino de los
países a los que representan. Más allá de planteamientos acertados, estrategias
bien definidas, idoneidad de la puesta a punto de la condición física, son con
frecuencia lances afortunados o desgraciados los que sentencian resultados y definen
trayectorias. Y es que en el fútbol, como en la vida misma, en un instante todo
puede cambiar y para siempre; un acierto
o un fallo inesperado hará de ti héroe o villano.
Antes de que comenzara a rodar el balón en el
estadio Luzhniki de Moscú y de que el ya canoso Robbie Williams, con la
bellísima Aida Garifullina en los coros, cantara su himno “Angel”, Lopetegui decidió
anteponer sus sueños juveniles a la causa de la selección, y con ello puso en
evidencia que si es importante ser seleccionador nacional, mucho más lo es ser
entrenador del Real Madrid; podríamos decir en estos días de cambios
ministeriales, mutatis mutandi que si
es importante ser ministro de la nación, mucho más lo es ser presidente del club
de Santiago Benabéu. La tribu casi siempre por encima del Estado, del proyecto
colectivo; el corazón antes que la cabeza, la emoción antes que el deber.
Perturbación desestabilizadora en la recta final de la concentración de la Roja.
Si a Lopetegui alguien le podría acusar, en
sentido más bien metafórico, de traidor, todo lo contrario cabría decir de
Griezmann, que permanece fiel a los colores que le han llevado a ser el
heredero de Platini y Zidane en los bleus.
Decidió con el corazón, y quizás también con la cabeza quedarse en el Atleti:
de ser blaugrana, podría haber fracasado como le ocurriera a estrellas de la
talla de Henry o Ibrahimović, mientras que en el Atleti será cada vez más su rey
sol.
Denis Chérishev es el nuevo héroe ruso, como
nos contaba en su crónica para EFE desde Moscú, Virginia Hebrero, al marcar dos
de los cinco goles que Rusia le endosó a Arabia Saudita en el partido inaugural.
Hijo de un futbolista que jugó en el Spórting de Gijón ha hecho toda su carrera
en España, siendo en la actualidad jugador del Villarreal; aunque no fue culpa
suya, hubiera pasado a los anales por su alineación indebida cuando militaba en
el Real Madrid, en un partido de copa contra el Cádiz, lo que supuso la
eliminación del equipo que entonces dirigía Rafa Benítez.
Últimamente no corren buenos tiempos para los
porteros. Diríase que a algunos, las manos se les hacen mantequilla,
precisamente en partidos clave de sus carreras. Ya le pasó a Navas contra la
Juve, en el tercer gol, en aquella aciaga noche para vencedores y vencidos, en
la que Buffon acabó siendo expulsado del terreno de juego del Bernabéu en su
despedida de la Champions. La final de la Decimotercera será recordada tal vez
más por las cantadas del portero del Liverpool, Karius que por la monumental
chilena de Bale (poetry in motion). Y
la noche del viernes fue De Gea: el chut de Cristiano, no era para doblarle las
manos. Con ese fallo el bueno de David, que no deja con ello de ser un
magnífico portero, le ha hecho más grande a Casillas, del que no acaba de
llegar a ser su sucesor. A Casillas, a pesar de llamarse Iker, se le nota que
es de Móstoles, mientras que De Gea parece islandés. A Casillas también le
metieron algún gol así cuando jugaba en el Oporto, pero en los partidos
importantes siempre fue un valladar inexpugnable.
Y quien iba a decir que el mismísimo Messi,
el mesías del Barça, que no de Argentina, iba a comenzar el mundial como
villano, fallando un penal, ante Islandia. Maradona casi se come el puro que se
estaba fumando en el palco; y no era para menos: la rutilante Argentina de la
Pulga, el Kune, el Pipita y Mascherano
–¡cómo pudo dejar el boludo de Sampaoli en la caseta a Dybala!- no pasaba del empate
ante la selección –casi amateur- del
país con menor población de todos las que han jugado los mundiales.
La otra cara de la moneda del penal fallado
es la del portero, y cineasta, Halldórsson convertido ya en gloria nacional
islandesa por los siglos de los siglos: se le recordará en Islandia, como el
que paró un penalti al dios Messi en el mundial de Rusia, como se recuerda
todavía en España a Marcelino, por aquel gol de cabeza que le metió a Rusia, al
mítico Lev Yashin, “la araña negra”, considerado entonces –comienzos de los
sesenta- como el mejor portero del mundo.
Hacienda somos todos: desde Màxìm hasta
Cristiano. Esta semana nos lo han vuelto a recordar, para que no se nos olvide;
y hay que ver lo dura que es la vida, y lo grande que es el fútbol. Al pobre Màxìm sus pasadas cuitas con Hacienda le han quitado la miel ministerial de los
labios, haciéndole acreedor al título de “El brevísimo”, mientras que a
Cristiano la multa de casi 19 millones de euros, cincuenta veces la de Màxìm, y
los dos años de cárcel, han sido un revulsivo para meterle tres goles tres a
Hacienda; bueno a la selección española, pero como Hacienda somos todos,
también lo es la selección. Y de ser en España un villano defraudador por la
mañana, ¿un delincuente?, ha pasado a ser por la noche en Portugal el héroe por
antonomasia, solo comparable a Vasco de Gama; ya lo era, pero desde la noche
del viernes todavía más, pues a su atestado currículum añadió una victoria
épica, en un mundial y frente a España; aunque solo fuera un empate, a los
portugueses les supo a victoria. Cristiano se perfila este final de primavera
rusa como el vengador de Aljubarrota y Alcazarquivir; él es el heredero del
legendario Eusebio, la perla negra de Mozambique.
El gol de Bouhaddouz será probablemente uno
de los más bonitos del mundial. ¡Qué cabezazo; imparable! Lo malo es que la
metió en su propia portería, y en el minuto 95. Con ello pasa a engrosar la
lista de villanos, de la que cómo vemos no se ha escapado ni el mismísimo Messi.
Si el gol hubiera sido en la portería iraní, ahora Bouhaddouz sería aclamado
como héroe nacional, a la altura de El Guerrouj o Said Aouita. Autogoles los
han marcado los mejores defensas, Ramos sin ir más lejos, aunque hacerlo en un
mundial duele todavía más; por no hablar de algún caso, como el del colombiano
Escobar en 1994, de consecuencias trágicas: al pobre le asesinaron. ¡Qué
barbaridad!
Aziz, que así se llama Bouhaddouz,
desconsolado, ha pedido perdón a la afición marroquí, tal como lo hizo Karius
en su noche triste de Kiev, a la hinchada del Liverpool. ¡Pero hombre, qué no
lo ha hecho queriendo! Bastante disgusto tiene ya la criatura: le hierve la
sangre del sur y el orgullo herido. De Gea, sin embargo, declara que está muy
bien, que él no ha matado a nadie. Es lo que tiene ser islandés y no marroquí:
lo ven todo como con más frialdad.
El fútbol puede sacar a relucir los más bajos
instintos y los más altos valores del ser humano; puede llegar a ser letal;
cómo olvidar la tragedia del estadio Heyssel de Bruselas; pero también puede
obrar milagros: ya lo vimos con el mundial de Sudáfrica: nunca en Cataluña se
habían visto tantas banderas de España en las calles, ni nunca en Argelia
tantas banderas argelinas ni tanta fierté
algérienne. Y quien sabe si la
frontera entre Argelia y Marruecos, anacrónicamente cerrada la abrirá el
fútbol. Tras perder Marruecos la batalla por ser el país anfitrión de los
mundiales de 2026, ante la candidatura tripartita de EEUU, México -sí México- y
Canadá, ya hay voces que proponen una candidatura conjunta Marruecos- Argelia
para la edición de 2030. Y ya puestos, ¿por qué no también con España? Y es que
el fútbol es como la vida misma: hermoso muchas veces, trágico otras.
Ven cómo
el fútbol es mucho más importante de lo que parece. Los que solo ven a unos tíos
cachas en calzón corto correteando detrás de un balón, y cobrando mucha pasta, no
se han enterado de nada. Y si lo desprecian, por no comprender su significado,
puede que tampoco se estén enterando bien de cómo somos los humanos.
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