TRIBULACIONES DE EXPAT (II): los stencils
En mi anterior entrega decía
que me encuentro bastante más incómodo ahora que en mi primera etapa de vecino
de Makati (2001-06). Y una de las causas fundamentales es el coche, o mejor
dicho, la ausencia de él. En la época anterior teníamos coche con chófer en el
Instituto. Éramos el único centro de la red con coche, además de Argel que
tenía -creo sigue teniendo- coche blindado.
No disponer de coche y chófer
en Metro Manila, hoy en día viene a ser como lo era mortificarse con cilicios
todos los días en el siglo XVI. Hay una norma no escrita por la que los centros
del Instituto en el mundo no pueden disponer de un coche. El primer director
del centro de Manila (segundo en realidad, técnicamente hablando), compró un
Nissan Patrol 4x4, y contrató a un chófer, adelantándose a esa norma no
escrita, e hizo muy bien. Yo heredé aquel coche y aquel conductor y ahora, casi
veinte años más tarde, compruebo lo afortunado que era entonces.
A causa del magma del tráfico
los desplazamientos en Metro Manila son penosos y de duración muy prolongada,
entre una y dos horas, que pueden ser más, para moverse entre los barrios en
donde se encuentran las instituciones que frecuentamos habitualmente. Si te lleva el chófer -aquí
todo el mundo, hasta los españoles lo llaman driver- tú puedes ir cómodamente detrás, leyendo informes, hablando
por teléfono con unos y con otros, meditando o simplemente durmiendo, que como
el sueño es siempre ligero en Manila, la ciudad que nunca duerme, uno suele ir
falto de él.
El coche aquel hacía un
servicio extraordinario. El fin de semana en vez de dejarlo aparcado en el
jardín del Cervantes, me lo llevaba a mi condo
-abreviación de condominium -que es
como todo el mundo, hasta los españoles llaman aquí a los edificios de
apartamentos, con recepción y servicios comunes- donde disponía de una plaza de
aparcamiento. El coche tenía ya sus años, y se había quedado bastante obsoleto,
pero ya me habían dicho en Madrid que no había reposición posible; que cuando
llegara el momento de dárselo al chatarrero, el centro de Manila dejaría de ser
una anomalía en la red en lo que a disponer de vehículo propio se refiere.
Al ir a los hoteles de cinco
estrellas, Peninsula, Shangri-La, Intercon, mayormente, a las recepciones de
las embajadas, nuestro coche contrastaba profundamente con los lujosos
vehículos que allí acudían, todos impecables últimos modelos. Al dejarme el
chófer, Nilo (Leonilo) era su nombre, en el porte-cochère,
a la entrada del hotel, yo me veía- sin ningún complejo eso sí- como Paco
Martínez Soria, llegando desde la provincia a la gran ciudad. Mi compañera de
aventuras y anécdotas de aquella época, muy dada a poner muy acertados motes y
apodos a las personas y a las cosas, y a la que no le importaba nada, a pesar
de derrochar clase, belleza, elegancia y glamour, que yo fuera a buscarla los
fines de semana en tan sufrido y viajado vehículo, lo rebautizó como "la
tartana". Y así lo llamábamos al Nissan Patrol, con mucho cariño.
A mí me hizo un servicio
impagable los cinco años que estuve aquí. Murió poco después de yo irme; y lo
peor es que antes incluso de que eso sucediera los nuevos gestores del centro
despidieron al bueno de Nilo. El driver
en Manila es una suerte de escudero. Con él pasas tantas horas, le haces tantas
confidencias, reflexionas en voz alta con él: viene a ser como tu sicólogo,
porque tampoco habla nada; se limita, muy educado, a decirte a todo “yes sir”, y a responderte cuando le
preguntas.
A Jesús el que fuera conductor
de los directores del Instituto Cervantes, desde Sánchez Albornoz hasta
Caffarel, le dije un día, poco antes de que se fuera a jubilar, que por qué no
escribía un libro de memorias con las semblanzas de los directores. Jesús,
excelente persona y profesional, discretísimo, no lo hará nunca y no por falta
de talento o habilidad, que en el Cervantes hasta los conductores son muy
cultos y escritores potenciales, sino por discreción. A mí todo lo que me contó
fueron anécdotas sobre las virtudes de sus, nuestros, jefes; como que Juaristi,
mente prodigiosa, se podía leer dos libros completos tranquilamente en un viaje
de Madrid a Zaragoza. No me habló, por ejemplo, de los cabreos telefónicos de
los que a buen seguro fue testigo, de alguno de nuestros próceres.
Me he ido de época y de
continente; disculpe el lector. Es que el tema de los drivers, me doy cuenta, puede dar para mucho, y está muy poco trillado.
Pues bien, estábamos en que el equipo que me sucedió puso al bueno de Nilo de
patitas en la calle. En el fondo no dejaba de ser una patada que me daban a mí
en el trasero de Nilo. ¡Ay el adanismo! al que tan dados somos, quiero creer
¿éramos? los españoles. Echar por tierra lo que ha hecho tu antecesor es lo que
suelen hacer los gestores inseguros. Es un pecado que en sí mismo lleva su
penitencia, pues con su gestión adanista, en general nefasta, estos gestores
inseguros hacen bueno al gestor anterior, aunque este no fuera, o sí, una
lumbrera.
Afortunadamente el Cervantes
se ha ido profesionalizado cada vez más, incluso en el estamento menos
profesionalizado que era el de los directores; ya sólo falta profesionalizarlo
de oficio, porque de hecho ya lo está. A Nilo, como a los jugadores de
fútbol no le ha sentado nada bien la pérdida de titularidad; a diferencia de
otros colaboradores del Instituto, y de la Embajada, que siguen desde mi época
anterior, y a los que he encontrado espléndidos. Si Nilo hubiera seguido en el
Cervantes todo este tiempo, no me cabe duda de que estaría ahora en mejor
forma.
El Cervantes de Manila no
tiene coche: ya no es una anomalía en la red Cervantes, aunque sí que lo es en
Manila: nadie se lo explica aquí. Nos movemos a base de Grab (el Uber del
Sudeste asiático). Es cómodo y eficaz según las zonas y días de la semana. Un
viernes a partir de mediodía la probabilidad de que un grab venga a recogerte al corazón de Makati, donde se encuentran
¿para bien? nuestras oficinas, viene a ser la misma que la que tienen los sapos
de bailar flamenco (Ella baila sola). Y en Malate, no necesariamente en
viernes, he tenido que esperar entre 45 minutos y una hora a que me viniera a
recoger un grab.
En cualquier caso yo me he
traído mi Toyota RAV-4 directamente desde Marruecos, aunque creo que hubiera
sido mejor venderlo allí. Si bien lo he tenido desde hace varios meses en el
garaje de mi condo, sólo lo he podido
comenzar a utilizar hace unos días; la cantidad de trámites que han sido
necesarios para ello merecería un calificativo que superaría con creces la
carga semántica de “kafkiano”. Tras varios intentos infructuosos de resolver
los trámites administrativos para matricular el coche, nos vimos obligados, mi
secretaria y yo a recurrir a Armand. Armand, que no es francés, sino
filipino de pura cepa, trabajaba de ordenanza en el Cervantes de ordenanza
cuando yo llegué a Manila en 2001. Dinámico hasta poder decir que encarnaba el
principio del movimiento continuo, servicial, respetuoso y eficacísimo. Sin la
menor duda uno de los mejores colaboradores, confundidas todas las categorías
(perdón por el galicismo), que he tenido.
Armand encarnaba también esa
figura tan común del "hombre para todo", al que todo el mundo de la
oficina acude cuando tiene un problema. En cada centro de los que he estado
siempre había, o aparecía un "armand". Y cuando el armand es
excepcional -como era el caso de nuestro Armand de Manila- lo acaba fichando el
Barça, que en nuestro caso viene a ser la Embajada. También nos ocurrió con el
armand de Rabat, el muy querido Abdallah. Armand trabaja, ya desde hace más de
quince años en la Embajada, pero seguimos acudiendo a él cuando tenemos algún
problema irresoluble, como el de la matriculación de mi coche.
Durante dos días acompañé a
Armand a Quezon City al LTO (Light Transportation Office), a distintas
dependencias donde debían resolverse determinados trámites administrativos,
incluida una especie de ITV. Yo ya había desistido de intentar encontrarle
cualquier lógica a cualquiera de los distintos trámites; seguía a cada paso con
fe ciega a Armand, limitándome a preguntarle cada vez: what's next? De todos estos interminables trámites los que más me
han llamado la atención han sido los relativos a los stencils: en varias ocasiones un operario provisto de un lápiz y un
papel de cebolla ha procedido a identificar alguna marca o número de bastidor,
chasis, motor, etc. Por el procedimiento de frotar con el lápiz sobre el
papel colocado encima de esa marca o número, esculpida en relieve en alguno de
los mencionados componentes del coche.
Los lectores que ya hayan
alcanzado cierta edad recordarán que cuando éramos niños poníamos un papel
sobre una moneda de peseta o de duro, frotábamos con un lápiz y aparecía la
cara de Franco. Pues aunque no lo supiéramos entonces, resultaba que estábamos
haciéndonos un stencil. Se preguntará
el lector: ¿y para qué hacer los stencils?
Según me explicaron para comprobar que todas las piezas del coche vienen de
fábrica y no hay componente que pertenezca a coche robado y desguazado
previamente. Pero oiga, si mi coche ha venido directamente de Marruecos en una
mudanza con franquicia diplomática. Da igual, hay que pasar por los stencils.
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