sábado, 14 de marzo de 2020

TRIBULACIONES DE EXPAT (II): los stencils. [Diario de un expat balikbayan (4)]


TRIBULACIONES DE EXPAT (II): los stencils


En mi anterior entrega decía que me encuentro bastante más incómodo ahora que en mi primera etapa de vecino de Makati (2001-06). Y una de las causas fundamentales es el coche, o mejor dicho, la ausencia de él. En la época anterior teníamos coche con chófer en el Instituto. Éramos el único centro de la red con coche, además de Argel que tenía -creo sigue teniendo- coche blindado.

No disponer de coche y chófer en Metro Manila, hoy en día viene a ser como lo era mortificarse con cilicios todos los días en el siglo XVI. Hay una norma no escrita por la que los centros del Instituto en el mundo no pueden disponer de un coche. El primer director del centro de Manila (segundo en realidad, técnicamente hablando), compró un Nissan Patrol 4x4, y contrató a un chófer, adelantándose a esa norma no escrita, e hizo muy bien. Yo heredé aquel coche y aquel conductor y ahora, casi veinte años más tarde, compruebo lo afortunado que era entonces.

A causa del magma del tráfico los desplazamientos en Metro Manila son penosos y de duración muy prolongada, entre una y dos horas, que pueden ser más, para moverse entre los barrios en donde se encuentran las instituciones que frecuentamos  habitualmente. Si te lleva el chófer -aquí todo el mundo, hasta los españoles lo llaman driver- tú puedes ir cómodamente detrás, leyendo informes, hablando por teléfono con unos y con otros, meditando o simplemente durmiendo, que como el sueño es siempre ligero en Manila, la ciudad que nunca duerme, uno suele ir falto de él.

El coche aquel hacía un servicio extraordinario. El fin de semana en vez de dejarlo aparcado en el jardín del Cervantes, me lo llevaba a mi condo -abreviación de condominium -que es como todo el mundo, hasta los españoles llaman aquí a los edificios de apartamentos, con recepción y servicios comunes- donde disponía de una plaza de aparcamiento. El coche tenía ya sus años, y se había quedado bastante obsoleto, pero ya me habían dicho en Madrid que no había reposición posible; que cuando llegara el momento de dárselo al chatarrero, el centro de Manila dejaría de ser una anomalía en la red en lo que a disponer de vehículo propio se refiere.

Al ir a los hoteles de cinco estrellas, Peninsula, Shangri-La, Intercon, mayormente, a las recepciones de las embajadas, nuestro coche contrastaba profundamente con los lujosos vehículos que allí acudían, todos impecables últimos modelos. Al dejarme el chófer, Nilo (Leonilo) era su nombre, en el porte-cochère, a la entrada del hotel, yo me veía- sin ningún complejo eso sí- como Paco Martínez Soria, llegando desde la provincia a la gran ciudad. Mi compañera de aventuras y anécdotas de aquella época, muy dada a poner muy acertados motes y apodos a las personas y a las cosas, y a la que no le importaba nada, a pesar de derrochar clase, belleza, elegancia y glamour, que yo fuera a buscarla los fines de semana en tan sufrido y viajado vehículo, lo rebautizó como "la tartana". Y así lo llamábamos al Nissan Patrol, con mucho cariño.

A mí me hizo un servicio impagable los cinco años que estuve aquí. Murió poco después de yo irme; y lo peor es que antes incluso de que eso sucediera los nuevos gestores del centro despidieron al bueno de Nilo. El driver en Manila es una suerte de escudero. Con él pasas tantas horas, le haces tantas confidencias, reflexionas en voz alta con él: viene a ser como tu sicólogo, porque tampoco habla nada; se limita, muy educado, a decirte a todo “yes sir”, y a responderte cuando le preguntas.

A Jesús el que fuera conductor de los directores del Instituto Cervantes, desde Sánchez Albornoz hasta Caffarel, le dije un día, poco antes de que se fuera a jubilar, que por qué no escribía un libro de memorias con las semblanzas de los directores. Jesús, excelente persona y profesional, discretísimo, no lo hará nunca y no por falta de talento o habilidad, que en el Cervantes hasta los conductores son muy cultos y escritores potenciales, sino por discreción. A mí todo lo que me contó fueron anécdotas sobre las virtudes de sus, nuestros, jefes; como que Juaristi, mente prodigiosa, se podía leer dos libros completos tranquilamente en un viaje de Madrid a Zaragoza. No me habló, por ejemplo, de los cabreos telefónicos de los que a buen seguro fue testigo, de alguno de nuestros próceres.                                                        
Me he ido de época y de continente; disculpe el lector. Es que el tema de los drivers, me doy cuenta, puede dar para mucho, y está muy poco trillado. Pues bien, estábamos en que el equipo que me sucedió puso al bueno de Nilo de patitas en la calle. En el fondo no dejaba de ser una patada que me daban a mí en el trasero de Nilo. ¡Ay el adanismo! al que tan dados somos, quiero creer ¿éramos? los españoles. Echar por tierra lo que ha hecho tu antecesor es lo que suelen hacer los gestores inseguros. Es un pecado que en sí mismo lleva su penitencia, pues con su gestión adanista, en general nefasta, estos gestores inseguros hacen bueno al gestor anterior, aunque este no fuera, o sí, una lumbrera.
Afortunadamente el Cervantes se ha ido profesionalizado cada vez más, incluso en el estamento menos profesionalizado que era el de los directores; ya sólo falta profesionalizarlo de oficio, porque de hecho ya lo está. A Nilo, como a los jugadores de fútbol no le ha sentado nada bien la pérdida de titularidad; a diferencia de otros colaboradores del Instituto, y de la Embajada, que siguen desde mi época anterior, y a los que he encontrado espléndidos. Si Nilo hubiera seguido en el Cervantes todo este tiempo, no me cabe duda de que estaría ahora en mejor forma.

El Cervantes de Manila no tiene coche: ya no es una anomalía en la red Cervantes, aunque sí que lo es en Manila: nadie se lo explica aquí. Nos movemos a base de Grab (el Uber del Sudeste asiático). Es cómodo y eficaz según las zonas y días de la semana. Un viernes a partir de mediodía la probabilidad de que un grab venga a recogerte al corazón de Makati, donde se encuentran ¿para bien? nuestras oficinas, viene a ser la misma que la que tienen los sapos de bailar flamenco (Ella baila sola). Y en Malate, no necesariamente en viernes, he tenido que esperar entre 45 minutos y una hora a que me viniera a recoger un grab.

En cualquier caso yo me he traído mi Toyota RAV-4 directamente desde Marruecos, aunque creo que hubiera sido mejor venderlo allí. Si bien lo he tenido desde hace varios meses en el garaje de mi condo, sólo lo he podido comenzar a utilizar hace unos días; la cantidad de trámites que han sido necesarios para ello merecería un calificativo que superaría con creces la carga semántica de “kafkiano”. Tras varios intentos infructuosos de resolver los trámites administrativos para matricular el coche, nos vimos obligados, mi secretaria y yo a recurrir a  Armand. Armand, que no es francés, sino filipino de pura cepa, trabajaba de ordenanza en el Cervantes de ordenanza cuando yo llegué a Manila en 2001. Dinámico hasta poder decir que encarnaba el principio del movimiento continuo, servicial, respetuoso y eficacísimo. Sin la menor duda uno de los mejores colaboradores, confundidas todas las categorías (perdón por el galicismo), que he tenido.

Armand encarnaba también esa figura tan común del "hombre para todo", al que todo el mundo de la oficina acude cuando tiene un problema. En cada centro de los que he estado siempre había, o aparecía un "armand". Y cuando el armand es excepcional -como era el caso de nuestro Armand de Manila- lo acaba fichando el Barça, que en nuestro caso viene a ser la Embajada. También nos ocurrió con el armand de Rabat, el muy querido Abdallah. Armand trabaja, ya desde hace más de quince años en la Embajada, pero seguimos acudiendo a él cuando tenemos algún problema irresoluble, como el de la matriculación de mi coche.

Durante dos días acompañé a Armand a Quezon City al LTO (Light Transportation Office), a distintas dependencias donde debían resolverse determinados trámites administrativos, incluida una especie de ITV. Yo ya había desistido de intentar encontrarle cualquier lógica a cualquiera de los distintos trámites; seguía a cada paso con fe ciega a Armand, limitándome a preguntarle cada vez: what's next? De todos estos interminables trámites los que más me han llamado la atención han sido los relativos a los stencils: en varias ocasiones un operario provisto de un lápiz y un papel de cebolla ha procedido a identificar alguna marca o número de bastidor, chasis, motor, etc. Por el procedimiento de frotar con el lápiz sobre el papel colocado encima de esa marca o número, esculpida en relieve en alguno de los mencionados componentes del coche.

Los lectores que ya hayan alcanzado cierta edad recordarán que cuando éramos niños poníamos un papel sobre una moneda de peseta o de duro, frotábamos con un lápiz y aparecía la cara de Franco. Pues aunque no lo supiéramos entonces, resultaba que estábamos haciéndonos un stencil. Se preguntará el lector: ¿y para qué hacer los stencils? Según me explicaron para comprobar que todas las piezas del coche vienen de fábrica y no hay componente que pertenezca a coche robado y desguazado previamente. Pero oiga, si mi coche ha venido directamente de Marruecos en una mudanza con franquicia diplomática. Da igual, hay que pasar por los stencils.




No hay comentarios:

Publicar un comentario