(Próxima aparición en Revista Española del Pacífico)
Las Mercedarias de
Bérriz constituyen el epígono misionero de la proyección ibérica, iniciada
en el siglo XV, una proyección de alcance universal, uno de cuyos hitos más
relevantes -la primera circunnavegación del globo por Juan Sebastián de Elcano-
vamos a conmemorar en su quinto centenario, en un lustro.
Llevadas por el
empuje de su fundadora, la beata Margarita María de Maturana, las Mercedarias
de Bérriz llegan a las islas del Pacífico, Marianas y Carolinas, en los años 20
del pasado siglo, donde desarrollan una extraordinaria labor, contribuyendo a
la formación, hasta hoy mismo, de generaciones de niñas isleñas.
Conocí a María en el
año 1997. Con Rosario Arberas eran entonces las dos mercedarias españolas
responsables de la buena marcha del Our Lady of Mercy Catholic High School,
de Ponapé, cuando llegué a esa isla mágica por primera vez. Yo buscaba, por
encargo de la Dirección general de Cooperación del Ministerio de Cultura,
vestigios materiales de la presencia española en las islas Marianas, Carolinas
y Palaos. Dedicaba el día a apasionantes excursiones por la isla, y tras
ponerse el sol me dirigía a la Misión católica, a la residencia de las
mercedarias, donde les hablaba a María y a Rosario de mis hallazgos y de
mis aventuras del día. Nos reíamos muchísimo con estas últimas. Con mucha
dignidad, sin lujos, aquella casa era mucho más acogedora que el
buen hotel al que me iba a descansar, después de cenar con
ellas. Desde el primer momento Rosario y María me hicieron sentirme
como en mi propia casa; parecía que las conocía de toda la vida, como si
fueran auténticamente mis hermanas mayores.
María, encarnaba la joie
de vivre, la alegría de vivir; ilustraba a la perfección -por
antítesis- la máxima teresiana de "un santo triste es un triste
santo". Como Santa Teresa, tenía también un punto de anticonformismo, de
rebeldía tal vez ante los encorsetamientos y las etiquetas. Cuando pienso en
ella me viene a la cabeza una frase que una vez le oí decir, y que era toda una
declaración existencial: "no soy monja, soy persona". La única
etiqueta que admitía era, además de la de persona, la de
hermana. Obviamente se refería a las connotaciones negativas que el
término “monja” ha podido acarrear con los años. Ella le daba la vuelta a todo
eso: religiosa, misionera, hermana. Hacerse monja significaba para parte de la
sociedad desde hace muchos años, un último remedio, una reclusión, una solución
resignada. Pero ser como María, una persona que movida por la fe cristiana
emprende una misión dirigida a los demás, y hace de ella su razón de vivir, es
un ejemplo apasionante de vida.
María era libre,
alegre, pienso que feliz, extremadamente jovial, mucho más joven de lo que
apuntaba su edad biológica. Ah, y también muy vasca, aunque sólo volviera a
España una vez cada cinco años.
Invita a la
reflexión comprobar que personas como María, que dedican su vida entera a los
demás, y no tienen ni guardan nada para sí, son las que nos transmiten una
sensación mayor de bienestar interior, de paz y de satisfacción en la vida.
Ahora que todo el mundo busca neuróticamente la felicidad individual, María era
el mejor testimonio de cómo acercarse a ella, por medio de los demás. Mucho más
útil su testimonio que cien libros de autoayuda.
María era "la
bomba". A todo el mundo conocía, todo el mundo la saludaba, a todos
sonreía. Le gustaba, en los desplazamientos ir en la parte trasera,
descubierta, de la pick up, que conducía Rosario, de solo dos plazas
contando la de la conductora, cediendo siempre el asiento del copiloto a quien
pudiera ir con ellas, yo mismo, algunas veces. Comunicaba con todo el mundo
como los ángeles; no le importaba lo más mínimo que su pronunciación en inglés
–marcando las erres- fuera más próxima a Guecho que a Oxford.
Nos veremos María:
en tu Pohnpei, o en Maturana Hill; tal vez en Nan Madol, a donde no fuimos
nunca juntos, o como la última vez en los pabellones Juliana Guijo de la
escuela donde enseñaste a tantas niñas, y que quedaron estupendos, una de mis
mejores obras como arquitecto. Nos veremos María. Como cantaba
Vera Lynn…
We’ll meet again
Don’t know where
Don’t know when
But I know we’ll meet again
Some
sunny day
Gracias por todo.