domingo, 26 de marzo de 2017

No soy monja; soy persona.




María Pérez Caballero, Bilbao 1940-Saipán 2016, in memoriam.
(Próxima aparición en Revista Española del Pacífico)                                           

Las Mercedarias de Bérriz constituyen el epígono misionero de la proyección ibérica, iniciada en el siglo XV, una proyección de alcance universal, uno de cuyos hitos más relevantes -la primera circunnavegación del globo por Juan Sebastián de Elcano- vamos a conmemorar en su quinto centenario, en un lustro. 

Llevadas por el empuje de su fundadora, la beata Margarita María de Maturana, las Mercedarias de Bérriz llegan a las islas del Pacífico, Marianas y Carolinas, en los años 20 del pasado siglo, donde desarrollan una extraordinaria labor, contribuyendo a la formación, hasta hoy mismo, de generaciones de niñas isleñas.

Conocí a María en el año 1997. Con Rosario Arberas eran entonces las dos mercedarias españolas responsables de la buena marcha del Our Lady of Mercy Catholic High School, de Ponapé, cuando llegué a esa isla mágica por primera vez. Yo buscaba, por encargo de la Dirección general de Cooperación del Ministerio de Cultura, vestigios materiales de la presencia española en las islas Marianas, Carolinas y Palaos. Dedicaba el día a apasionantes excursiones por la isla, y tras ponerse el sol me dirigía a la Misión católica, a la residencia de las mercedarias, donde les hablaba a María y a Rosario de mis hallazgos y de mis aventuras del día. Nos reíamos muchísimo con estas últimas. Con mucha dignidad, sin lujos, aquella casa era mucho más acogedora que el buen hotel al que me iba a descansar, después de cenar con ellas. Desde el primer momento Rosario y María me hicieron sentirme como en mi propia casa; parecía que las conocía de toda la vida, como si fueran auténticamente mis hermanas mayores.

María, encarnaba la joie de vivre, la alegría de vivir; ilustraba a la perfección -por antítesis- la máxima teresiana de "un santo triste es un triste santo". Como Santa Teresa, tenía también un punto de anticonformismo, de rebeldía tal vez ante los encorsetamientos y las etiquetas. Cuando pienso en ella me viene a la cabeza una frase que una vez le oí decir, y que era toda una declaración existencial: "no soy monja, soy persona". La única etiqueta que admitía era, además de la de persona, la de hermana. Obviamente se refería a las connotaciones negativas que el término “monja” ha podido acarrear con los años. Ella le daba la vuelta a todo eso: religiosa, misionera, hermana. Hacerse monja significaba para parte de la sociedad desde hace muchos años, un último remedio, una reclusión, una solución resignada. Pero ser como María, una persona que movida por la fe cristiana emprende una misión dirigida a los demás, y hace de ella su razón de vivir, es un ejemplo apasionante de vida.     

María era libre, alegre, pienso que feliz, extremadamente jovial, mucho más joven de lo que apuntaba su edad biológica. Ah, y también muy vasca, aunque sólo volviera a España una vez cada cinco años.
Invita a la reflexión comprobar que personas como María, que dedican su vida entera a los demás, y no tienen ni guardan nada para sí, son las que nos transmiten una sensación mayor de bienestar interior, de paz y de satisfacción en la vida. Ahora que todo el mundo busca neuróticamente la felicidad individual, María era el mejor testimonio de cómo acercarse a ella, por medio de los demás. Mucho más útil su testimonio que cien libros de autoayuda.   

María era "la bomba". A todo el mundo conocía, todo el mundo la saludaba, a todos sonreía. Le gustaba, en los desplazamientos ir en la parte trasera, descubierta, de la pick up, que conducía Rosario, de solo dos plazas contando la de la conductora, cediendo siempre el asiento del copiloto a quien pudiera ir con ellas, yo mismo, algunas veces. Comunicaba con todo el mundo como los ángeles; no le importaba lo más mínimo que su pronunciación en inglés –marcando las erres- fuera más próxima a Guecho que a Oxford.  

Nos veremos María: en tu Pohnpei, o en Maturana Hill; tal vez en Nan Madol, a donde no fuimos nunca juntos, o como la última vez en los pabellones Juliana Guijo de la escuela donde enseñaste a tantas niñas, y que quedaron estupendos, una de mis mejores obras como arquitecto. Nos veremos María. Como cantaba Vera Lynn…  

We’ll meet again
Don’t know where
Don’t know when
But I know we’ll meet again
Some sunny day

Gracias por todo.


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