¡Claro! La conductora es extranjera; si hubiera sido filipina no nos hubiéramos chocado. Exclamó Antonio Bonet, que tras apenas una semana en Manila, se había dado perfectamente cuenta de que para los conductores filipinos la distancia de seguridad se mide en milímetros.
Había
encontrado yo un hueco en la calle Wilson, aparcamiento en paralelo, y me
disponía a ocupar ese hueco, al tiempo que en el espacio adyacente otro coche
hacía maniobra para salir; había espacio suficiente para que cada coche hiciera
su maniobra correspondiente, pero ¡zas!, se produjo la colisión. Salí del coche
para ver si había daños, y hablar con el conductor del otro vehículo, que
resultó ser una señora norteamericana que había vivido hacía algunos años en
Manila y volvía para visitar a sus amigos. De pasajeros llevaba a Antonio y a Xavier Huetz de Lemps. Les
llevaba a Greenhills, al mercado de perlas, visita inevitable para todo extranjero
que se acerca a Manila.
Salieron
del coche conmigo para apoyarme en caso de trifulca con el conductor del otro
coche, algo inevitable en España o en Italia, y harto improbable en la
geografía asiática. No hubo daños en ninguna de las dos carrocerías, dado que
estábamos prácticamente parados, y el encuentro con la turista norteamericana
acabó siendo muy cordial.
Corría
el año 2002, el segundo en el que yo ocupaba el puesto de director del
Instituto Cervantes de Manila, algo que nunca pude imaginarme iba a ocurrir, y
a lo que incluso renuncié en primera instancia cuando me lo propusieron –¿qué
pinta un arquitecto en el Cervantes, alegué?- pero que resultó encajarme como
anillo al dedo. Habíamos organizado un congreso internacional sobre
arquitectura hispano filipina, cuyo ámbito se amplió a la arquitectura colonial
de otros países del sudeste asiático, condición sine qua non para poder recibir financiación de ASEF (Asia Europe
Foundation), con sede en Singapur, que entonces presidía el diplomático español
Delfín Colomé.
Vinieron
a Manila participantes de Malasia, de Indonesia, de Holanda, de Francia y de
España, que se unieron a la nutrida participación filipina. No acabábamos de
identificar un keynote speaker que
abriera el congreso con una ponencia magistral. Y fue Delfín quien propuso que
invitara a Antonio Bonet, lo que tenía mucha lógica pues al patrimonio
arquitectónico hispano filipino se le etiquetaba entonces como perteneciente al
estilo earthquake baroque[1], y
el historiador indiscutible del arte barroco era Antonio Bonet, de quien
naturalmente yo tenía múltiples referencias, pero a quien no conocía
personalmente.
Dio
la casualidad de que Antonio viajaba a Manila en el mismo vuelo que Xavier
Huetz de Lemps, historiador francés interesado en la vertiente sociológica del
urbanismo hispano filipino, que había disfrutado de una residencia en la casa
de Velázquez de Madrid, y a quien conocía personalmente de los congresos de la
AEEP (Asociación española de estudios del Pacífico) que entonces vivía sus años
dorados[2]. A
pesar de que viajaban en clases distintas – Antonio fue el único participante
que el presupuesto nos permitía traer en business-
y de que Antonio le debía doblar la edad o casi a Xavier, cuando les encontré
en el aeropuerto al final de ese largo pasillo de llegadas de NAIA que antecede
a la zona de control de pasaportes, parecían ya dos buenos amigos que se
conocieran de toda la vida. Había muchas razones para la empatía, entre ellas
el que Antonio tuviera una conexión tan profunda con todo lo francés y el que
Xavier fuera ya un investigador de primer nivel, pero es que la cercanía de Antonio
era la de ese tipo de personas, a las que desde la primera vez que las ves
parece que las conoces de toda la vida.
Xavier
llegó derrengado, no es para menos tras semejante viaje; sin embargo Antonio
con ese porte de gentleman a lo Cary Grant, llegaba impecable como si el origen
de su vuelo no hubiera sido Madrid un día y dos escalas antes, sino la cercana
ciudad de Cebú. Vale que venía en business,
y aun así, peo es que ya estaba más cerca de los ochenta que de los setenta.
Les
llevé al hotel Manila Midtown, el mismo en el que yo me había quedado unas
semanas a mi llegada a Manila, hasta encontrar piso, hotel magnífico, hoy
desaparecido, fulminado por la
hiperdinámica evolución típica del sector inmobiliario en los países asiáticos.
Ya había caído la tarde.
-
Supongo que querréis descansar. ¿A qué hora paso a recogeros mañana?
les pregunté a mis invitados.
- Javier he visto que el cementerio de Paco no está lejos de aquí. ¿Podemos ir ahora?
contestó Antonio, dejándome perplejo.
- Sí,
claro, aunque no vamos a ver mucho porque ya está todo oscuro y no sé si lo
cierran por la noche.
- Estupendo.
Así sé dónde está y me puedo acercar mañana o en cualquier otro momento; que tú
estarás muy ocupado.
- Bueno, dejad las maletas en la habitación, refrescaros un poco, y yo os espero aquí en el lobby.
La verdad es que en los cinco años largos en lo que estuve dirigiendo el cervantes[3] de Manila, en mi primer etapa, y en el año que llevo ahora, no he visto a nadie que llegara con tanta energía, que disfrutara tanto de todo, y que reaccionara a todo lo que nos pasaba –hasta a los accidentes- de manera tan positiva. Le parecía todo fenomenal; la comida estaba siempre buenísima en todos los restaurantes a los que íbamos, y ni siquiera el imposible tráfico de la gigantesca metrópoli filipina le perturbaba.
Con extraodinaria sencillez ostentaba una indiscutible autoridad que iba más allá de lo académico. Tras el incidente de la colisión aparcando el auto, ya en el mall de Greenhils, era divertidísimo ver a Antonio regatear con los vendedores. Cogía los artículos que le interesaban y después de que el vendedor mencionara un precio, Antonio le decía:
- No, no, no. Mira: te doy esto. (mostrándole
unos billetes). Ya está, ya está.
Y asombrosamente, el vendedor aceptaba sin rechistar el precio que había decidido Antonio.
Tras finalizar el congreso algunos de los participantes, entre ellos Antonio y Xavier, se quedaron el fin de semana en Manila. Aprovechamos el sábado para hacer una excursión visitando las iglesias franciscanas de la Laguna de Bay. Se nos unió Gemma Cruz, la que fuera Miss Internacional y ministra de Turismo, gran defensora del patrimonio filipino[4]. La popularidad y el glamour de Gemma hacía que cuando llegábamos a cada uno de los lugares: Morong, Baras, Pakil, Paete, etc., al poco tiempo de descender del minibús, se corriera la voz por toda la población, y se nos acercaran numerosas personas que querían hacerse fotos con Gemma. Además de Gemma, de entre los componentes del grupo, guiris o filipinos, pero todos con innegable aspecto de turistas, destacaba Antonio, que con su impecable traje blanco, su intacta cabellera también blanca parecía un actor de cine. La verdad es que Antonio y Gemma hacían una pareja de cine, y los parroquianos nos preguntaban si el grupo venía directamente de Hollywood.
Algunos
años después de aquel congreso, en 2005, publicamos sus actas en forma de
libro, al que titulamos Endangered,
siendo nuestra publicación más vendida en distintas ediciones de la anual Feria
del libro de Manila. Comienza con el ensayo Barroco
hispano en el que Antonio Bonet incorpora los ejemplos patrimoniales
filipinos al gran acerbo de la arquitectura barroca hispánica.
Cuando
al final de aquel mismo año del congreso fui a Madrid a pasar como todos los
años las fiestas de Navidad, Antonio me invitó –tal como me había prometido en
Manila- a cenar en compañía de Monique su mujer, en un restaurante que frecuentaban
en las inmediaciones de su domicilio en pleno centro de Madrid. Todavía no
conocía a sus hijos, Pedro, el músico y Juan Manuel –que con el pasar de los
años sería primero compañero en el Cervantes, y luego mi jefe como director de
la institución.
Por
aquellos años, 2003 y 2004, aunque seguía en Manila, iba con cierta frecuencia
a Madrid, a ver a mis padres casi nonagenarios, y aprovechaba siempre para ver
a Pedro Navascués que fue mi director de tesis, y que me solía citar en la
Academia de BBAA de San Fernando donde a la sazón era Secretario general.
Siempre aprovechaba para ir a saludar al director de la institución que no era
otro que Antonio, quien siempre me recibía con su proverbial simpatía y buen humor.
Pasábamos un rato muy agradable rememorando anécdotas de aquella semana tan
especial en Manila. También siempre me preguntaba por nuestro amigo común, el “diplomático
músico”, como él decía, quien seguía su carrera en Asia.
Su
memoria era prodigiosa; la última vez que pude comprobarlo, la última que le vi,
fue –cómo no- en la Academia, aunque ya no era presidente. Discurrían los
últimos días de 2017. Unos amigos habían quedado con el Secretario, José Luis
García Del Busto para visitar con él, en el museo, una exposición magnífica
sobre Ventura Rodríguez: me invitaron amablemente a unirme al grupo. Al
reunirnos en el despacho de G. Del Busto, les hablé de mis visitas a aquel
edificio y de mis encuentros con Antonio, insistiendo en que se acordaba de los
detalles más nimios de su estancia en Manila. Me dijeron que seguía yendo mucho
por allí, que estaba muy bien aunque llevaba un poco mal lo de tener que ir en
silla de ruedas; su coquetería le había hecho resistirse mucho a ello.
Estaba
recorriendo la exposición con Del Busto y estos amigos cuando mira por donde
aparece Antonio en su silla de ruedas. Fuimos a saludarle; tardó unos pocos
segundos en reconocerme: hacía por lo menos cuatro años que no me había visto,
en la ceremonia de ingreso en la academia de otro insigne amigo, Alberto Campo
Baeza.
-
¿Te acuerdas Javier de aquel día en Manila que …
Miré a mis amigos, encogiéndome de hombros:
-
¿No os lo decía?
[1]
Término acuñado por Pal Keleman, que pudiera ser de aplicación a las
construcciones filipinas, principalmente iglesias, construidas en los siglos
XVII y XVIII, pero en el que difícilmente encajan las construcciones del siglo
XIX.
[2]
En aquellos años presidida por Leoncio Cabrero, e impulsada siempre por Rafael
Rodríguez-Ponga, jugó un papel muy importante en despertar el interés de la
sociedad española por los estudios sobre Asia-Pacífico, y en especial sobre
Filipinas.
[3]
Aunque parezca un
sacrilegio escribir cervantes con minúscula, reivindico esta grafía cuando nos
referimos –nombre común- a uno de los más de sesenta centros que el Instituto
Cervantes tiene en todo el mundo.
[4]
Autora de varios libros y
columnista, Gemma Cruz ha ocupado diversos puestos en la administración
filipina, entre ellos el de Directora del Museo Nacional. Donó la sustanciosa
cantidad recibida al ganar el concurso de Miss internacional a instituciones
benéficas.